Hemos montado un salón. Ella y yo hemos montado un salón y eso es lo más parecido que he hecho en mis 28 años a independizarme: un salón en casa de mis suegros. Los domingos ya no son lo mismo desde que el salón existe, ahora tenemos 5 metros cuadrados para nosotros. El mundo, entonces, puede llegar a medir exactamente eso: 5 metros cuadrados, ella, nuestro gato Liam, una lámina de Casual Plunkett, la miniatura de Riazor, una botella de Guinnes y un puzzle.
He aprendido cosas en el proceso de montar un salón que no aprendería nunca de otra forma, como qué tiene dentro un enchufe, que el único té que me gusta es el té helado del Ikea, que Lord Voldemort juega al fútbol con el sobrenombre de Jonjo Shelvey en el Newcastle y que definitivamente nunca voy a aprender a tomar decisiones.
El problema es que sólo hay una televisión y ya nos habíamos acostumbrado a tenerla en la habitación y a poner vídeos de La Media Inglesa o capítulos de Modern Family a modo de nana para dormir. Llegó un día en que tuvimos que tomar una decisión: ¿La televisión va en el salón o en la habitación? Recuerdo a Xavi en una entrevista con Maldini hablando de Pirlo y diciendo que lo que le hacía diferente, lo que hacía a Pirlo un jugador realmente extraordinario, era la capacidad para tomar la mejor decisión siempre, aunque se enfrentase a 10 posibilidades diferentes ante cada pase.
Siempre había pensado que el hecho de haber tenido obesidad infantil y correr con las piernas separadas había truncado mi carrera futbolística, pero cuando tuve que decidir dónde poner la televisión entendí que no, que a mí lo que me había fallado siempre en la vida era la cabeza. Cómo iba a elegir siempre la mejor opción 70 o 80 veces por partido con 10 opciones diferentes cada vez si no sé ni dónde poner la tele. Evidentemente, aún no hemos sido capaces de tomar una decisión y, según el día, la vamos cambiando de sitio. A veces en el salón y, a veces, en la habitación.
Otra de las cosas que he aprendido es que los puzzles, a pesar de parecer una afición para funcionarios, son una prueba de adrenalina. No creo que exista nada en el mundo multipantalla en el que vivimos tan excitante como la concentración, como buscar la pieza que encaja exactamente con otras dos para formar un puente veneciano. Es curioso, en los últimos meses se alerta constantemente de que nos estamos aislando y yo tengo la sensación de estar en contacto con demasiada gente.
Los domingos, cuando tiramos las piezas del puzzle en el suelo y nos ponemos a montarlo escuchando algún disco de DMA’S, de los Rolling o de Gerry Cinnamon en la PlayStation 2, vuelvo a sentir esa sensación de intimidad que hacía mucho tiempo que no sentía con la música en Spotify o en YouTube. He llegado a un punto en que el streaming me provoca ansiedad, en que el riguroso directo me agobia.
Me pasa lo mismo con el fútbol. Hay tantos partidos tantos días a la semana que ya no siento nada, que busco excusas para encontrar algo especial en ellos, pero es imposible. Los goles me parecen todos iguales, los sistemas de juego excusas para poder hablar de algo, los videoanalistas de YouTube, concursantes de La Isla de las Tentaciones hablando en la hoguera.
Habrá quien os intente vender que esto del fútbol es una burbuja imparable que acabará explotando y que el día que explote el fútbol volverá a ser fútbol. Escapad de los que creen que se puede jugar entre las ruinas o de los que no os avisan de que, si eso pasa, vamos a acabar pagando con dinero público las resacas de los tipos de traje que se emborrachan en el palco del Bernabéu.
Yo, sinceramente, lo único que pienso hacer es buscar en Wallapop DVDs de fútbol británico de los 90 para poder verlos en mi nuevo salón y esperar a que llegue el domingo para pasarlo con ella entre piezas de puzzle, gemidos de Mick Jagger y campos de 2ºB.