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¿Se puede admirar a alguien a quien nunca viste jugar?

Publicado: 07 / 12
Categoría: Fútbol

¿Se puede admirar a alguien a quien nunca viste jugar?

Publicado: 07 / 12
Categoría: Fútbol

Desde hace ya una semana, revolotea sobre mi cabeza una pregunta que parece perseguirme allá donde vaya. Quiero pensar que no soy el único al que le ocurre, que debe haber mucha más gente a la que le pase lo mismo que a mí. Una generación bloqueada durante unos instantes, mientras intenta torear lo que se les viene encima al escuchar:

“¿Cómo podéis amar a alguien a quien nunca visteis jugar?”

Supongo que es lo más normal. El hacerse esta pregunta digo, porque sino ¿Qué otro motivo puede haber para que en los últimos 7 días nos la hayan repetido tanto? Aunque, a decir verdad, si parase durante diez segundos a pensarlo a mí también me sonaría algo ridículo, considero aún más absurdo el hecho de que, quienes nos cuestionen, no tengan un mínimo interés en saber cuál va a ser nuestra respuesta. Además, la mayoría suelen acompañar sus preguntas ese retintín implícito, creyendo que nos van a ayudar a abrir los ojos porque “le tratamos como si le conociéramos” o como si nuestro amor hacia él fuera recíproco. ¿Cómo podéis los millennials amar a Diego Armando Maradona, si ni siquiera le visteis jugar al fútbol?

Crecimos escuchando que fue el más grande dentro del campo pero el peor de los mortales fuera de él. Escuchamos a mucha gente convencida de que cometió los pecados más graves, y de que la mayoría de ellos no pueden justificarse. Que lo que hizo en el campo fue increíble, pero que su comportamiento fuera de él fue deplorable. Entonces, paro y vuelvo a pensar. A ver, si lo único bueno que hizo Diego en su vida tuvo lugar sobre el césped, y nosotros nunca llegamos a disfrutar de ello, una vez más: ¿Cómo le podemos admirar así?

Poco después llego a la conclusión de que, en realidad, esta supuesta contradicción ni siquiera existe y que, aunque hubiéramos tenido la suerte de coincidir en el tiempo con el Maradona jugador, no tendríamos, necesariamente, muchos más motivos por los que admirarle. Pero, sin embargo, tenemos la estúpida sensación de que sólo así conseguiríamos el crédito suficiente para ganarnos el beneplácito de esos preguntones.

Pero es que no es así. Quienes vean en nuestros sentimientos un sinsentido es porque no han comprendido que lo que más nos seduce de él no es su zurda exquisita ni sus gambetas imposibles. No entienden que sus carreras o todos los goles que metió quedan en el recuerdo pero que no trascienden, no le mitifican. Que sí, que nosotros amamos el fútbol, pero que seguramente hubiéramos idolatrado su figura aunque se hubiese dedicado al golf, o al rugby. Nosotros admiramos a Maradona por sus declaraciones, por sus valores de raíz, por las miles de coincidencias que se dieron lugar para hacer mágicos sus momentos. No hay discusión, fue un elegido. La narración de Víctor Hugo nos ha emocionado más que cualquier gol en directo, tenemos su cara forrada en las paredes de nuestras habitaciones desde hace años, hemos observado más veces su rostro que el de muchos deportistas a los que ahora consideramos estrellas mundiales. No hace tanto tiempo le mencionamos en un artículo como el máximo defensor de nuestro juego en su forma más pura, de los valores que mejor nos representan, del poder popular, de la rebelión contra todo lo establecido y por todo esto (y no únicamente por lo que hizo con un balón en sus pies) su nombre se ha convertido en mitología moderna y su figura en la musa para cualquiera que intente escribir sobre fútbol.

Pero, cuando estamos a punto de zafarnos por completo de la primera cuestión y creemos que nos vamos a librar de tener que más explicaciones innecesarias, nos vuelven a sorprender con una segunda pregunta, más peliaguda si cabe: ¿Entonces, lo que hizo Maradona, os parece ejemplar?

Y en ese momento volvemos a meditar si admirar a Diego está bien o está mal. E insistiendo en el intento de entender su figura nos damos cuenta de que en su vida todo fue exuberante y acelerado, que sus logros fueron los de millones de personas, sus deslices fueron caóticos, sus declaraciones fueron las más inspiradoras y las más vergonzosas a la vez, que sus aciertos cambiaron vidas y sus errores fueron su condena… Pero, de verdad, ¿Alguien que haya llegado a entender la figura de Maradona esperaba que esto no fuera a ser así? Si sus virtudes eran casi divinas y su personaje era una oda a la vida extrema ¿De qué magnitud pensaban que iban a ser sus tropiezos?

Después de someternos al dichoso interrogatorio nos sobra tiempo para reflexionar sobre el hecho de que, si nosotros, sin haber nacido en Argentina, sin ser Napolitanos y sin un vínculo demasiado claro con él, le guardamos tal admiración ¿Qué sentirá el veinteañero argentino/a a cuyos padres regaló los mejores recuerdos de sus vidas? ¿Cuánto le amaran los tantísimos Diego’s de nuestra edad, bautizados con su nombre, en la ciudad de Nápoles? Por no mencionar lo que sentirán los hijos y nietos de las víctimas de Las Malvinas, a quienes vengó ante los ojos del mundo entero, a quienes incluyó, sin ellos saberlo, en su “puño apretado” del Azteca, en aquel verano del 86’. ¿Cuántos sentimientos despierta Maradona sobre una generación que nunca le vio jugar?

Curiosamente, tras destripar la maldita pregunta nos damos cuenta de que, si le admiramos así es porque, a diferencia de lo que escuchamos durante toda nuestra vida, “El Diego” fue más grande fuera de la cancha que dentro de ella. Al fin y al cabo, lo que mostraba sobre el verde, era “sólo fútbol”.

Nosotros nunca llegaremos a saber si Maradona era un buen tipo o no, eso solamente podrán juzgarlo quienes le trataron de cerca. El resto, simplemente, nos limitamos a entender el personaje que, sin haberlo pedido, le tocó encarnar.

Su persona se ha ido, tristeza para quienes la amaban. Su figura, que permanecerá para siempre, la seguiremos admirando.