No hay herida mayor para el orgullo de un niño que la de ser elegido último en el patio del recreo. El renacuajo se enfrenta entonces a la primerísima muestra de elitismo que sufre en sus aún tersas carnes. En mi colegio, además, si eras chica, te dejaban apartada sin remedio y te repartían a dedillo una vez finalizada la selección ‘de verdad’. Pero ese es otro tema.
Hasta ahora creía haberme librado de la crudeza de aquellos primeros procesos de selección, pero el mundo laboral y la penitencia que supone ser aficionado de algún que otro esport me han hecho recordar por qué no echaba de menos esa sensación de ser un apestado.
La sección de fútbol del Schalke 04 ha descendido a la Bundesliga 2 por primera vez en los últimos 20 años. Al club no le ha valido su condición de histórico de la primera división para evitar una caída en desgracia con la que ya venían coqueteando algunos años. En la segunda categoría se encontrarán con otro coloso caído como el Hamburgo, descendido el año pasado por primera vez en su historia.
Ambos casos constatan que ni ahora ni nunca se ha jugado al fútbol con el escudo. La grandeza de un club tiene mucho más que ver con las ventajas económicas que proporciona la zona geográfica de cada uno. Por eso la dimensión histórica del Schalke está tan ligada a la minería o la del Celta de Vigo a la industria automotriz de la ciudad. Por eso es más fácil tener un gran equipo en una capital de provincia que en una ciudad de la periferia.
Pero en un mundo que se rige bajo la globalización y el libre mercado, las reglas han cambiado un poco. Y el capital, irónicamente, puede alejarse de las capitales por el devenir de la propia economía. Así, la irrupción de Red Bull en Leipzig ha llevado a una población que apenas supera el medio millón de habitantes a hospedar el tercer mayor presupuesto del fútbol alemán en poco más de un lustro. Este y otros crecimientos que el aficionado tacha como artificiales, han provocado que clubes como el Schalke pierdan competitividad ─económica y deportiva─ sin saber muy bien cómo recuperarla.
Como grandes empresas que son, los equipos de fútbol no cuentan sus años de enero a diciembre. Ni siquiera de agosto a mayo como indica su calendario deportivo. Los años se cuentan de abril a marzo, coincidiendo con lo que la economía refiere como año fiscal. Y estos últimos doce meses y poco han pillado a los de Gelsenkirchen a contrapié.
La cosa ya no pintaba bien en septiembre, cuando el club estimó unas pérdidas de más de 100 millones de euros en la primera mitad del año. Mientras, el equipo había protagonizado una temporada nefasta, especialmente después del parón por el coronavirus. Dadas las cuentas del año completo sobre la mesa y el descenso ya certificado, no sorprende que se hayan cumplido los peores pronósticos.
Finalizado el ejercicio 2020 el FC Schalke 04 ha declarado unos ingresos de 174 millones de euros, que suponen una caída de 100 millones respecto a 2019. Pero la cifra crítica está en el aumento de la deuda desde los 19 millones hasta los más de 200 que cargan ahora mismo. Esto equivale a un déficit de unos 56 millones, que se unen a los 26 millones perdidos el año anterior y a la imposibilidad de compensarlos con resultados deportivos.
El quid de la cuestión está en que, de todas las secciones que opera el club alemán –fútbol, baloncesto, tenis de mesa, balonmano y atletismo–, la de esports ha sido la peor parada. Casualmente, de todas ellas es la que más cerca está de considerarse élite mundial en la actualidad.
Aunque el Schalke también tenga equipo de FIFA y PES, el conjunto de League of Legends es su buque insignia. De hecho, viene de quedar cuarto en el Split de primavera de la LEC, el campeonato europeo de LoL. El cual ha pulverizado récords de audiencia a nivel global. Los 309.955 espectadores que tuvieron de media los streams de Twitch suponen el máximo de cualquier competición europea y actualmente superan ampliamente los números de cualquier otra región.
Sin embargo, nada de esto ha evitado la desbandada de sponsors y recursos que ha sufrido el equipo. La organización intentó achicar agua con la venta de Abbedagge –uno de sus jugadores estrella– a 100 Thieves por 1 millón de euros, pero la situación sigue siendo crítica. Su plaza en la propia LEC está en venta desde hace meses porque se rumorea que podrían conseguir alrededor de 10 millones de euros por ella.
Al final, aunque Giants, Heretics y BDS estuvieran interesados, la transacción no se ha llevado a cabo, y el Schalke disputará el summer Split de la LEC con todo el mundo sabiendo que lo hacen a regañadientes.
El problema, es que nada de esto sorprende. El equipo alemán creó su sección de League of Legends en 2015 y desde entonces su apuesta ha sido consistente hasta convertirse en el único club de fútbol que compite al más alto nivel en una competición de la magnitud de la LEC de League of Legends. Pero basta que haya que abrocharse el cinturón para que, si la organización se plantea prescindir de alguna de sus patas, sea la del esport. Quizás sobreviviendo solo su equipo de PES debido al patrocinio que les ata a Konami.
La culpa de todo esto es la imagen que tienen los grandes clubes europeos del deporte electrónico. Puede que haya parte de su esquema empresarial que sepa lo que hace y esté realmente comprometido con el proyecto. No se llega a sostener un nivel tan alto por arte de magia. Pero la mayoría de altos directivos de los clubes ven a los esports como un mero escaparate para el público joven. Puro marketing e imagen pública. Fachada.
No deja de ser típico que las grandes empresas diversifiquen áreas de contacto para sacar beneficios de forma indirecta. Sin salir del fútbol, ahí tenemos el ejemplo del Real Madrid y su equipo femenino, cuya creación no se ha dado hasta que se ha visto en él una oportunidad de dulcificar la imagen de club en torno a unos valores que hace dos días parecían serle ajenos.
El mundillo del videojuego para ellos es como las propiedades baratas del Monopoly. Tú cógelas que con suerte montas un complejo de hoteles y rascas algo. El Real Betis parece que sí pero no, el Barça hace y deshace rosters en un abrir y cerrar de ojos y el Schalke poco menos que desintegra el trabajo de cinco años antes que plantearse esto mismo con sus equipos de tenis de mesa, balonmano o baloncesto. Porque al final del día, el esport sigue siendo el último de la fila.
El panorama del videojuego competitivo corre el riesgo de, como esos chavales a los que eligen últimos por no saber lo que es un balón redondo, sentirse inferior. Cuando la realidad es que los deportes electrónicos, especialmente en Europa, deberían de despojarse de los lazos que les atan a las estructuras deportivas tradicionales.
El esport no puede seguir esperando a que los grandes clubes de los true sports –nótese el sarcasmo– acudan en su rescate, porque nunca serán una prioridad para ellos. Estas organizaciones han demostrado en repetidas ocasiones su completa ignorancia de las tendencias de consumo del público joven, creando una brecha entre deporte electrónico y tradicional que provoca que, por mucho que se intenten acercar posturas, sea muy improbable que lleguen a confluir con éxito.
Para la industria del esport lo mejor sería entender que las cosas están bien como están. Que ambos mundos pueden seguir su camino de forma independiente al otro, aunque de vez en cuando sucedan gloriosas excepciones. El tiempo acabará poniendo a cada uno en su lugar.