No resulta sencillo encontrar deportistas profesionales que se mojen en lo que a ese mejunje de términos e ideas que conocemos vulgarmente como ‘política‘ se refiere. O, al menos, que así lo manifiesten en público. Menos aún en el caso particular de los futbolistas. Los motivos son muy diversos, aunque se podrían englobar en dos principales.
Por un lado, la burbuja de fama y billetes en la que muchos de ellos viven -y digo ellos porque las mujeres aún no participan de este elitista elenco- provoca un alejamiento paulatino de la realidad social y, con ella, de los aspectos políticos que incumben a todo bicho viviente.
Por otro, la cacería de brujas a la que los pocos valientes (que los hay) se exponen al salirse del tiesto y manifestar tal o cual opinión. Bien sea por parte de la prensa -en la mayoría de los casos- o por su propio club, en un ejercicio propio de la sociedad anónima deportiva que lo ha consumido tiempo atrás. Cuanta más corrección, mejor, ¿no?
En este contexto, resulta digno de halago cualquier gesto de complicidad o cercanía entre jugador y aficionado. Ya sea un “Oye, que comprendo lo que te preocupa” o un “Oye, que no estoy de acuerdo contigo”. Más si cabe cuando este viene acompañado de un sentimiento real por parte del futbolista y no se trata de una mera campaña de marketing orquestada desde algún despacho con sillón de cuero y vistas a los edificios más señoriales de Zurich, que serán muy bonitos, pero están muy alejados de la realidad cotidiana que viven los hinchas. Significa mucho más de lo que parece. Al menos para los románticos y trasnochados que vemos en el deporte rey algo más que un espectáculo deportivo o un business. Ilusos.
Decíamos que es posible encontrar honrosas excepciones. A bote pronto y sin escarbar demasiado en la hemeroteca, en el fútbol patrio actual, aunque no con demasiada contundencia, podemos elegir entre Gerard Piqué, Mikel San José, Roberto Soldado o Pepe Reina entre otros. Sería interesante sentarlos a la mesa a charlar. Pasaríamos un buen rato, seguro. Tal vez algún día, cuando el periodismo deportivo deje de lado el sensacionalismo más ácido y sea capaz de ver personas donde otros solamente ven productos de consumo y explotación.
Más allá de nuestras fronteras la situación es similar. Pocos alzan la voz y, cuando lo hacen, no arrojan demasiada luz. No es, ni mucho menos, tendencia en la ‘desarrollada Europa’. Más bien tabú. No obstante, entre los casos existentes, cabe hacer mención especial al bueno de James McClean, el futbolista que más resquemores despierta en el fútbol inglés.
James McClean nace en 1989 en Creggan, a las afuera de Derry, un barrio próximo al punto de partida de la famosa marcha irlandesa por los derechos civiles celebrada el 30 de enero del 72 y que desembocó en el Bloody Sunday. O lo que es lo mismo, en la muerte de 14 manifestantes desarmados -seis de ellos procedentes del mismo Creggan- a manos del Regimiento de Paracaidistas del Ejército Británico.
Desde bien pequeño, McClean mamó lo que supuso para su comunidad natal esta trágica efeméride y, en consecuencia, desarrolló unos ideales próximos al republicanismo irlandés. Una postura ideológica que jamás ha ocultado. Desde renunciar a jugar con la selección de Irlanda del Norte para hacerlo con sus vecinos del Sur a no lucir la famosa Poppy Appeal durante el Remembrance Day en honor a los soldados ingleses caídos en la Primera Guerra Mundial, muchos han sido los gestos de desaprobación hacia el ‘Imperio’ por parte del actual extremo del Stoke City.
Todo ello le ha valido para ganarse el odio de la mayor parte de los fanáticos unionistas, incluso de los propios equipos en los que ha militado (Sunderland, Wigan, West Bromich…), que le dedican todo tipo de lindezas tanto dentro como fuera del césped, llegando incluso a amenazarlo de muerte en alguna ocasión.
También, por qué no decirlo, para obtener la adoración de la parroquia irlandesa cuando defiende los colores de la selección nacional. Así, el “James McClean hates de fucking Queen” rivalizó en la última Euro, celebrada en 2016, con el “Will Grigg ́s on fire” por convertirse en el hit del verano. Carga ideológica a un lado, claramente fracasó en su cometido.
La última polémica suscitada por McClean tuvo lugar hace apenas unos días. El actual futbolista del Stoke City sorprendió a propios y a extraños con una curiosa fotografía en sus redes sociales. En ella aparecía el propio jugador, pasamontañas mediante, mientras instruía a sus hijos sobre la historia reciente de Irlanda. A buen entendedor, pocas palabras bastan.
La broma le ha costado el cierre de su cuenta en Instagram, así como el pago de una multa correspondiente a dos semanas de su sueldo. Con todo ello y más, McClean continuará levantando ampollas por los estadios de Inglaterra.