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Fútbol, el termómetro de los pueblos: guerra, tregua y venganza

Publicado: 22 / 07
Categoría: Fútbol

Fútbol, el termómetro de los pueblos: guerra, tregua y venganza

Publicado: 22 / 07
Categoría: Fútbol

Uno de los puntos clave para comprender la tan criticada trascendencia del fútbol como objeto de estudio es su capacidad para reflejar las más bajas pasiones: emociones desbocadas y sentimientos a flor de piel. Tanto sobre el césped como en las gradas, e incluso en los palcos de autoridades. A nivel sociológico, este hecho puede resultar relevante en la medida en que el deporte rey, al margen del prostituido negocio en que lo han convertido, actúa también como catalizador de ideologías políticas, idiosincrasias territoriales y fenómenos culturales de diversa índole, ya sea en todo un país, una ciudad o en un pequeño barrio. Un cóctel molotov que, a lo largo de la historia y en todo el globo, ha dejado tras de sí episodios kafkianos y, al mismo tiempo, premonitorios: conflictos bélicos en ciernes, alianzas cuanto menos inesperadas, tratados de paz… Fútbol como termómetro de los pueblos.

Villancicos, cigarrillos y fútbol pausaron la Primera Guerra Mundial

El ejemplo arquetípico de esta capacidad para unir o, en el peor de los casos, enfrentar a comunidades enteras es la llamada ‘Tregua de Navidad’. Nos situamos el 25 de diciembre de 1914 en Ypres, una pequeña localidad belga foco de interés en plena ‘Gran Guerra’. En las mugrientas trincheras, agazapados, exhaustos, tirados como perros, se encuentran los soldados aliados, en su mayoría británicos, y las tropas alemanas. Frente a frente, calados hasta los huesos, temblando de frío y, quizá, solo quizá, miedo, a la espera de lo que hiciera el supuesto enemigo.

De acuerdo con las crónicas de la época, un simple villancico entonado desde el bando germano fue suficiente para acordar una tregua no escrita entre ambos bandos. A partir de ese momento, cánticos al unísono, intercambio de alimentos y cigarrillos y, como colofón, un partido de fútbol. Haciendo buena la clásica cita de Gary Lineker: “el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, en el que juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania”, las fuerzas del Deutsches Heer se impusieron por tres goles a dos. Un espejismo entre tanta muerte, y es que la paz apenas duraría unos días…

El Partido de la Muerte: FC Start – Flakelf

Tan solo unas décadas más tarde, demostrando una incapacidad supina para aprender de sus errores, Europa volvería a convertirse en escenario de un conflicto bélico, si cabe, más cruento aún de lo que había sido la ‘Gran Guerra’. Hablamos de la Segunda Guerra Mundial y, más concretamente de la incursión germana en territorio soviético, conocida como ‘Operación Barbarroja’: la invasión de Ucrania. En ese contexto se disputaría uno de los encuentros más icónicos de la historia del fútbol, conocido como ‘el partido de la muerte’, en el que miembros de élite de las fuerzas aéreas alemanas, agrupados en el Flakelf, se enfrentaron a un combinado de futbolistas del Dinamo y del Lokomotiv de Kiev, que defendían entonces el escudo del FC Start, en el Zenit Stadium.

A pesar del juego duro desplegado por los nazis, los locales (que, pensándolo bien, quizá no lo eran tanto), se impusieron con claridad, mostrando un buen fútbol y, lo que es más importante, negándose a realizar el saludo nazi al inicio del choque. Al descanso, con resultado favorable para los ucranianos, que vencían por 2-1, un oficial de las SS se personó en el vestuario para ‘recomendarles’ no ganar ese partido. Caso omiso: marcador definitivo de cinco a tres, aun sabiendo que, muy posiblemente, la victoria les condujese de forma irremediable a la muerte.

Dicho y hecho. No demasiado tiempo después, algunos miembros de aquel equipo que había puesto en evidencia al ejército alemán fueron detenidos por la Gestapo y, finalmente, enviados al campo de concentración de Syrets. Durante los interrogatorios, Nikolai Korotkich fue asesinado al desvelarse su pertenencia al Partido Comunista. A la postre, cuatro jugadores más (Ivan Kuzmenko, Oleksey Klimenko, Mihael Keehl y Mykola Trusevich) serían también ejecutados por los nazis.

La ‘Guerra del fútbol’

Para entender la crispación desatada entre países como El Salvador y Honduras es necesario remontarse a los primeros compases del siglo XX. Por aquel entonces, dos de las empresas estadounidenses más potentes de la época, United Fruit Company y Standard Fruit Company, arribaban a Honduras con la firme intención del expolio, una práctica muy común en la época y, por qué no decirlo, también en la actualidad. El negocio de la banana iba viento en popa y, con el paso del tiempo, se necesitaba más y más mano de obra. La población hondureña no era suficiente, por lo que se recurrió a sus vecinos de El Salvador. El número de inmigrantes salvadoreños en Honduras, ilegales, aunque tolerados por unas instituciones de paja al servicio de los intereses yankees, era ya de 300.000 cuando comenzó a manifestarse un gran malestar entre la parroquia local. No había marcha atrás. El conflicto bélico entre ambas naciones era solo cuestión de tiempo.

En ese contexto de tensión palpable, las selecciones de fútbol de El Salvador y Honduras medían fuerzas en pos de conseguir la tan ansiada clasificación para el mundial de México de 1970. Una eliminatoria a doble partido, marcada por un ambiente hostil, con apaleamientos, pedradas y quema de banderas. El resultado más evidente: heridos e incluso muertos. El triunfo sobre el césped fue para el combinado salvadoreño, que a pesar de caer por la mínima en la ida se impuso por 3-0 en la vuelta. Sin embargo, ambos perdieron mucho más que una clasificación mundialista, y es que apenas un mes después del segundo encuentro estallaría la ‘Guerra de las Cien Horas’, también conocida como ‘Guerra del Fútbol’.

La hierba aún manchada de sangre

Sólo unos días después del golpe de estado militar que puso punto final al gobierno de Salvador Allende en el Chile de 1973, ‘la roja’, nombre por el que se conoce a la selección chilena de fútbol, cruzó medio mundo con el único objetivo de medirse a la URSS en la repesca para el Mundial de Alemania 74. Un mes después, el 21 de noviembre, los soviéticos debían presentarse en el Estadio Nacional de Chile para disputar el partido de vuelta. Sin embargo, este encuentro nunca llegaría a celebrarse.

Tras el cómplice visto bueno de la FIFA, un solitario gol del cuadro chileno, a portería vacía dada la ausencia del rival, les concedió pase mundialista bajo el abrigo de una dictadura cruel y sanguinaria. El motivo que llevó a la incomparecencia de la URSS, a pesar de alegar causas relativas a la seguridad de sus futbolistas, fue puramente político, y es que, apenas unos meses antes, el escenario del encuentro había sido empleado por el general Pinochet para torturar y asesinar a los opositores al régimen dictatorial.

Argentina 78: el Mundial que enmascara las atrocidades de la dictadura

A pesar de la victoria albiceleste en el Mundial de 1978, que además supuso su primer Campeonato del Mundo, no toda Argentina guarda un buen recuerdo de tan magno acontecimiento. Lo cierto es que, con el beneplácito de la FIFA y su presidente, Joao Avelange, el evento fue organizado por las autoridades militares y eclesiásticas con el único fin de actuar como cortina de humo y enmascarar las atrocidades cometidas por la dictadura del general Jorge Rafael Videla desde 1976. De esta forma se pretendía transmitir una cierta sensación de normalidad, que no era tal en absoluto, al resto del mundo.

Los goles de Mario Kempes, ‘El Matador’, uno de los mejores delanteros de todos los tiempos, sirvieron para ocultar desapariciones, torturas y asesinatos. Además, la clasificación para la final quedará eternamente en entredicho, fruto de la visita de que recibieron los jugadores peruanos por parte del propio Videla y Henry Kissinger antes de la más que sospechosa derrota por 6-0 ante los anfitriones. Mientras se alcanzaba la gloria deportiva en el mal llamado ‘Mundial de la Paz’, las Madres se manifestaban con pañuelos blancos en la cabeza en la Plaza de Mayo, muy cerca del Estadio Monumental y de la Escuela de Mecánica de la Armada, testigo mudo de la mayoría de las detenciones, torturas y muertes. Argentina firmaba así uno de los episodios más negros de su historia y tocaba fondo social y políticamente.

Maradona cicatriza a todo un país

Más conocido por el gran público es el encuentro que midió a las selecciones inglesa y argentina en México 86. Para comprender la trascendencia del choque es necesario viajar cuatro años atrás, hasta 1982, con el estallido de la Guerra de Las Malvinas. Este conflicto bélico de poco más de dos meses de duración enfrentó a Inglaterra y Argentina por el control de las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, se saldó con victoria inglesa y supuso el punto final de las relaciones diplomáticas entre ambos países hasta 1990.

La derrota supuso toda una humillación para los sudamericanos, que no recuperarían su ‘orgullo nacional’ hasta 1986, cuando el destino deparó todo un Argentina – Inglaterra en cuartos de final de la Copa del Mundo. A pesar de que, a nivel militar, la contienda estuvo siempre decantada del lado europeo, en cuestión de fútbol la cosa estaba bastante más igualada. No obstante, la albiceleste se guardaba un as bajo la manga: Diego Armando Maradona. Aquel 22 de junio el Pelusa bailaría sobre la hierba del Estadio Azteca y, con los dos goles más recordados de la historia de los mundiales (mano de Dios y eslalon indescriptible), enviaría a Inglaterra a casa, vengando así lo ocurrido cuatro años antes en el Atlántico Sur.

La Guerra de los Balcanes estalla en el estadio Maksimir

La década de los 90 arrancó con el foco mediático europeo puesto en Yugoslavia y su más que posible descomposición. Todo un hervidero de aspiraciones nacionalistas, fervores religiosos e intereses políticos y económicos que acabaría de la peor manera posible, con el estallido de las llamadas Guerras Yugoslavas o Guerra de los Balcanes. Una sucesión de conflictos armados que envolvió, en mayor o menor medida, a Bosnia, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro, Serbia y Kosovo y que culminaría con la disolución definitiva de la antigua Yugoslavia, ya entrados los años 2000 (aunque las armas se depondrían con anterioridad), en seis países independientes.

Reflejo de la crispación que se palpaba en la calle y a pesar de la negativa de los políticos a reconocer la más que evidente crisis, el fútbol actuó, una vez más, como bola de cristal, anticipando con suma precisión lo que estaba por venir. Todo comienza el 13 de mayo de 1990, en un encuentro entre el Dinamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado. Los radicales del Dinamo, organizados en torno al grupo ultra Bad Blue Boys, habían declarado airadamente sus pretensiones independentistas para Croacia con anterioridad. En frente se situaban los hinchas del Estrella Roja, pertenecientes en su mayoría a Delije y partidarios del nacionalismo serbio más exacerbado. No en vano, muchos de estos hombres, liderados tanto en el estadio como en el campo de batalla por Zeljko Raznatovic (Arkan), integrarían a posteriori las filas de la Guardia Voluntaria Serbia, más conocido como ‘Los Tigres de Arkan’, un comando paramilitar empleado de forma extraoficial por el Gobierno Serbio durante la guerra. La batalla campal, lluvia de piedras y puñaladas mediante tanto en el verde como en la grada, estaba servida y supuso la chispa que encendió la mecha de la contienda bélica.

Fútbol, puente entre países: Cuba y el New York Cosmos

Afortunadamente, no todo son atrocidades y malos augurios con la pelota de por medio. Un ejemplo de reconciliación o, al menos, de normalización en las relaciones diplomáticas, con el fútbol como hilo conductor, fue el protagonizado por Cuba y Estados Unidos en el año 2015. Tras décadas de bloqueo comercial y maltrato institucional por parte del gigante yankee, el New York Cosmos, equipo que por entonces militaba en la North American Soccer League (NASL), equivalente a la Segunda División del soccer, y que contaba entonces con Raúl González Blanco como máximo exponente, midió fuerzas ante la selección cubana en La Habana. El resultado, de 1-4 a favor de los visitantes, fue solo una anécdota en comparación con la trascendencia histórica del acercamiento entre dos países con proyectos políticos antagónicos y que, aún hoy en día, mantienen viva la calma tensa de antaño.