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«Está chetao»: FIFA, NBA2K y los ratings como símbolo de estatus

Publicado: 01 / 07
Categoría: eSports

«Está chetao»: FIFA, NBA2K y los ratings como símbolo de estatus

Publicado: 01 / 07
Categoría: eSports

Para el deportista promedio verse representado en un videojuego y poder jugar consigo mismo es motivo de ilusión e incluso orgullo. Pero a Zlatan Ibrahimovic, cuya personalidad encuentra la vanidad como atributo más representativo, al ver su homólogo digital piensa en por qué no se le está pagando por ello. Con esta idea en la cabeza amanece una mañana a finales del pasado noviembre y le pega un telefonazo a Mino Raiola, su representante. 

De aquella conversación telefónica se saca en claro que EA Sports (FIFA) está utilizando la imagen de Ibra sin remunerar al jugador por ello. Rápidamente agente y representado se ponen en contacto con un cuerpo de abogados para interponer una demanda con la empresa de videojuegos como destinataria. Al escrito legal le acompaña un tweet en tono de denuncia, a la cual también se adhiere Gareth Bale.

Este tipo de cuitas legales no son algo nuevo. Todos tendremos en la mente litigios de este tipo como el que llevó a Diego Armando Maradona a perseguir a Konami hasta ser embajador de Pro Evolution Soccer y percibir una cantidad generosa de dinero por ello. O cómo la misma saga se vio obligada durante años a utilizar nombres falsos como Roberto Larcos para evitar conflictos legales con la explotación de imagen.

El tema es mucho más interesante y profundo que esto, pues incide en cómo las ligas y clubes hacen uso de los derechos de imagen de sus deportistas y se lucran por ello, dando pie a un debate mucho más complejo. 

Pero el punto de este artículo es observar cómo muchos futbolistas ignoran el peso que tienen los videojuegos en su estatus en la vida real. Sobre todo en el imaginario colectivo del público más joven. De hecho, Zlatan y Bale sirven como ejemplos perfectos. 

El FIFA ha hecho mucho por mantener la figura del sueco como leyenda del fútbol europeo. Mientras Ibra dominaba las ligas italiana y francesa sin que nadie le diese importancia fuera de esas fronteras, para los jugadores del simulador deportivo seguía siendo ese delantero perfecto de físico imponente y técnica exquisita. Poco importaba su evolución en París como futbolista más global y protagonista en el PSG de Laurent Blanc. Su fama en el videojuego sobrevivió a su atropellada temporada en Manchester e incluso al ostracismo que muchas veces supone ir a la MLS.

En el caso de Bale, si el galés supiese la cantidad de partidos consecutivos que su avatar digital ha jugado en FIFA Ultimate Team sin tener en cuenta la limitación de las lesiones, seguramente no daría crédito. El calvario lesivo de Gareth encontraba una realidad paralela en la que seguía siendo uno de los diez mejores futbolistas del mundo y, para más inri, uno cuyo estilo de juego se ve tremendamente favorecido por el carácter arcade de FIFA. Hasta FIFA 20 la valoración de Bale no bajó hasta el 85 y, aún así, su carta de Ultimate Team siempre ha tenido mejoras que le situaban como uno de los mejores jugadores del competitivo sin contar a los iconos

El fenómeno es extrapolable a jugadores de rango mucho menor ¿Cuántos hemos pensado durante años que Ramires era uno de los mejores box to box del mundo? ¿Hasta qué punto David Luiz le debe su fama de buen central a que sus atributos físicos le hacían un central dominante en FIFA? Y junto a ellos otros mitos como Giovinco, Lala, Akinfenwa, Bolasie, etc.

Con el paso de los años, la nueva camada de futbolistas jóvenes ha tomado mayor conciencia a este respecto. Ahora vemos episodios graciosos como el de Allan Saint-Maximin pidiendo directamente a EA que le escaneen la cara para ponerla en el juego o vídeos producidos por la propia empresa en el que junta a varios jugadores de la plantilla para que discutan sus valoraciones en tono distendido.

Estas dinámicas llevan asentadas muchos más años en la NBA y la relación que guardan sus jugadores con el simulador de 2K. Ya que la inmensa mayoría de jugadores juegan o han jugado antes de entrar a la liga a NBA2K, sus valoraciones medias son un medidor inmediato de jerarquía. De hecho, una de las armas de promoción más repetidas en cada entrega son los vídeos que protagoniza Ronnie Singh, director de marketing digital en 2K Sports, con algunas de las estrellas de los equipos. 

Los ratings que reciben los jugadores no solo son producto de su desempeño en pista, sino consecuencia directa de las narrativas que surgen en el entorno NBA. Esto causa que durante su primera temporada en la liga existiese la intención de mantener las medias de Luka Dončić y Trae Young muy parejas, incentivando el pique que surgió en los medios a partir de lo sucedido en el Draft de 2018. Una de mis anécdotas favoritas a este respecto es la de Hassan Whiteside. Desde su explosión en Miami en la temporada 2014-15, el pívot ha sido un cazacontratos por definición. Un jugador cuyas abultadas estadísticas le granjean salarios por encima de su nivel deportivo real. Pues bien. Cuando a mediados de aquella temporada el mundo andaba loco con la aparición de un jugador que hasta hace poco jugaba en China, Whiteside no desperdició un segundo para pedir una subida de media ante los micrófonos de la ESPN tras una gran actuación individual retransmitida a nivel nacional.

Dicho y hecho. Su rating escaló de 59 a 77 en NBA2K15 y de aquí a esta parte se ha mantenido siempre por encima de 81. Asentó su estatus y desde entonces se ha embolsado más de 102 millones de dólares en salarios. 

En Gomorra (2006), libro de no-ficción sobre las interioridades de la camorra napolitana, Roberto Saviano documentaba que la apariencia y estilo de vida de la nueva generación de capos se veían fuertemente influidas por el cine de gánsteres estadounidense. Tanto, que Walter Schiavone, uno de las cabezas de la familia Casalesi, había decidido construir su villa a imagen y semejanza de la que Tony Montana presumía en Scarface (Brian De Palma, 1983).

Este tipo de cosas suceden cuando un medio cultural está tan asentado en la vida de las personas que las líneas entre realidad y ficción se difuminan. Por eso, cada vez es más normal que otras producciones culturales referencien al videojuego cuando la tradición dictaba lo contrario. Es inevitable pues que los simuladores deportivos sedimenten en el imaginario del seguidor de deportes más joven. 

Muchos profesionales de la comunicación futbolística se quejan de que el FIFA influye en algunos análisis de la realidad. Pero, siendo cierto que es un sesgo que conviene mantener bajo control, no deja de ser algo razonable. Jugar FIFA ha tomado una parte considerable de mi adolescencia y de la gran parte de compañeros con los que he compartido aula en la universidad. 

Esto no implica que la gente vea menos fútbol que antes, sino que rellena los huecos de la imaginación de diferente forma. Durante décadas, el acceso a los partidos en directo ha estado muy restringido al espectador. No bastaba con ver los pocos encuentros que se emitían en directo para hacerse una imagen mental del panorama nacional. Y mucho menos internacional.

Esto empujaba a que los valles de conocimiento se rellenasen con las crónicas de los periódicos, retransmisiones radiofónicas o algún que otro resumen televisivo. Ver jugar al AC Milan de Sacchi en España era un acontecimiento que con suerte sucedía un par de veces en un año. Y a partir de esos 180 minutos, la leyenda de un equipo legendario se escribía en la imaginación. Como ocurrió con Maradona, Platini, Magic Johnson, Larry Bird o el mismísimo Michael Jordan, al que a este lado del charco veíamos más en spots que jugando.

Ahora, para hacerse una idea de lo bueno que es un jugador basta con mirar el numerito que acompaña a su careto incrustado en una carta de colorines. Para conocer las características de su juego solo hay que echarle un ojo a la ficha estadística que se dispone justo debajo de su busto. Y para terminar la valoración personal, dar un par de patadas con el jugador virtual y zanjar con una expresión del estilo “está chetao. Lo cual, no es bueno ni malo per sé. Solo signo de que los tiempos han cambiado.