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El impagable momento de imitar a tus ídolos cuando eres pequeño

Publicado: 03 / 09
Categoría: Fútbol

El impagable momento de imitar a tus ídolos cuando eres pequeño

Publicado: 03 / 09
Categoría: Fútbol

De pequeño tenía un amigo que era igual a Ronaldo. Fabio, se llamaba. Lo escribo por si llega a leer esto. Lo escribo por si sigue ahí. Lo escribo para que mi memoria corrobore que realmente se llamaba así y no Ronaldo, que se apellidaba Rodríguez y no Nazario, por si sigue teniendo las dos paletas delanteras ligeramente separadas, la piel tostada y el pelo rapado. Por si sigue arqueado los brazos para proteger el balón y corriendo con el pecho erguido mientras dobla su rodilla. Esa misma rodilla que lo aparto de los terrenos de juego. A los dos, a Fabio y a Ronaldo. A uno unos meses y al otro un verano. Uno de aquellos veranos en los que nos pasábamos las tardes jugando en la plaza que había delante de nuestra casa. Uno de aquellos veranos.

En aquellos días lo más importante era parecerse a alguien. Todo el mundo elegía qué jugador quería ser. Qué jugador estaba dispuesto a ser. Yo solía pedirme a Beckham. Cosa que, vista con perspectiva, quiere decir que siempre me he tenido en alta estima. Porque si a algún ser sobre la faz de la tierra no me parecía, era a Beckham. Para que os hagáis una idea, mi aspecto era más bien el de Josemi de Aquí no hay quién viva. A mí, por supuesto, me daba igual. Yo forzaba las faltas bien escoradas a la banda (la pared, en realidad, y me pegaba unas hostias con lo de forzarlas considerables). Me colocaba el pelo. Miraba a las dos vigas que hacían de palos de portería, cogía aire y le reventaba el estómago al que estuviese en la barrera. Lo hacía todo como Beckham, pero ya os he dicho que no me parecía absolutamente en nada a él más allá de ser los dos seres vivos bípedos.

Imitar era un arte. Un propósito. Un estudio. Una labor llevada a la perfección, o al menos eso creíamos nosotros. Imitábamos a jugadores famosos porque en eso, precisamente, consiste la fama, en una actitud imitativa. La fama, o al menos lo que debería de ser la fama, no es más que la relevancia que un personaje público adquiere por sus buenas conductas adaptativas en algún ámbito concreto: jugar al fútbol, investigar teorías sobre el universo, cocinar la tortilla de patatas poco hecha o contar chismes. Así lo señalaba Ernesto Castro en una charla titulada “La democratización de la fama en la era de las redes sociales” que podéis consultar en Youtube.

Castro cita en esa charla otra conferencia de Jack Gleeson (a quién seguramente conozcáis por su participación en la serie Juego de Tronos) en la Universidad de Oxford en la que el actor habla sobre la fama desde una perspectiva analítica e histórica citando a autores del nivel de Max Webber. Gleeson y Castro coinciden en que la fama, que viene dada por la habilidad en tal o cual conducta adaptativa, se desplaza hacia la imitación de conductas que nada tienen que ver con aquella por la cual una persona es famosa. Por ejemplo, es probable que si mañana Josep Pedrerol anuncia una marca de callos con garbanzos en lata mucha gente la compre, aunque no sea esta la habilidad adaptativa que hace que Pedrerol sea conocido, que es tener información de primera mano sobre el fallido fichaje del Mbappé por el Real Madrid (si es que eso es una habilidad adaptativa).

Ambas charlas dejan ideas muy potentes sobre por qué tanta gente aspira a ser famosa, algo que achacan a la producción en masa de bienes y a la necesidad de crear una identidad individual que nos diferencie del resto. Es una idea esta, en este verano, un verano en el que los niños ya no llaman a mi timbre para que baje a jugar, que me ronda la cabeza; la necesidad de buscarme una absurda identidad individual, de tener que ser original siempre, diferente. Es una idea que me presiona, sobre todo, cuando rondo los 30 y trabajo en una tienda de carcasas. ¿No me sería mejor buscar lo contrario? Gente como yo, niños gigantes que se sienten impotentes ante su propia incapacidad de crecimiento.

La copia, por otra parte, ha sido comúnmente denostada. Cosa que no entiendo. La copia lo es todo. La copia es la razón por la que yo escribo, por la que Noel Gallagher empezó a tocar la guitarra o por la que el mejor artesano de tu barrio se puso a trabajar el barro. Todos quisimos imitar a alguien a quien admirábamos, con mejor o peor suerte. Cover, esa peli de Secun de la Rosa, lo deja bien claro. Habla de Benidorm y de artistas que viven de hacer imitaciones. La película tiene personajes y escenas que brillan con luz propia, pero tiene un mensaje, para mí, que los trasciende. La necesidad del que copia, del que imita, de salir de sí mismo. La liberación del que interpreta cuando deja de sentir el peso de su propio nombre, cuando puede ser todo aquello con lo que sueña.

Lo mejor de jugar al fútbol eran esos treinta segundos colocando el balón, preparando la falta, sintiéndote Beckham antes de cortarle la digestión de un balonazo a un amigo tuyo. Andado ese camino que va más ligero si visten ropas que no son tuyas. Porque yo era yo, no era David Beckham y Fabio era Fabio, no era Ronaldo. Y ahí, en ese medio camino entre nosotros y el personaje al que imitábamos estaba nuestra obra. Nuestra creación. Porque para ser “un@ mism@” primero hay que ser muchos y muchas otras. Para ser diferente hay que tener el principio de igualdad entre seres humanos siempre presente. Para crear algo, lo que sea, hay que ser primero muy feliz copiando.