Llegamos al año 2000 pensando que el mundo se iría al traste con aquel “efecto” que volvía locos a los ordenadores. Pese a que sobrevivimos, caímos fulminados por la “bomba” de King Africa aquel verano.
En la fría Suecia, destacaba en el Malmö, un espigado delantero con apellido balcánico; ese fenómeno de cara granulosa era el gran Zlatan.
El fenómeno de Ibra apuntaba maneras. Criado en un barrio difícil, creó una personalidad tal y como hoy lo conocemos: ególatra y narcisista a niveles superlativos. El scouting del Arsenal extendía sus redes a la caza de nuevos e imberbes talentos. Como a posteriori harían con Cesc o Van Persie, Zlatan recibió la llamada gunner y se plantó en Londres con la intención de firmar lo que podría haber sido un cambio en la historia del Arsenal, incluso no dudó en fotografiarse con su nombre en la camiseta roja rebosando alegría. Como detalle, me gustaría conocer a quien le recomendó ese gorro de pescador dominguero tan extravagante. Pienso que debería estar detenido.
Llegó el momento de ponerse frente a Arsene Wenger, que había traído al barrio de Highbury otro aire tras los 4 títulos en 4 años. Cualquiera de nosotros hubiera esbozado una sonrisa nerviosa ante un personaje de este calado, pero Ibrahimovic no es uno de nosotros. Cuando el técnico francés le propuso hacer una prueba con el primer equipo para cerrar el fichaje, el sueco le dijo: “Zlatan no hace pruebas, no he venido a perder el tiempo”, a lo que el director técnico respondió “no contrato a nadie que no haya visto en directo”. Y así acabó el fichaje frustrado de Zlatan por el Arsenal, que tampoco le preocupó mucho a ninguno de los dos, ya que el sueco conocía el interés de la Roma y el Ajax, por el cual acabaría fichando la temporada siguiente, y el Arsenal ganaría la premier 03/04 que siempre quedará con el apelativo de “Invencible”.
A Ibrahimovic se le odia o se le quiere, nosotros lo queremos.
Larga vida a Zlatan.
