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Xavi Hernández, los insultos y los camareros

Publicado: 28 / 08
Categoría: Fútbol

Xavi Hernández, los insultos y los camareros

Publicado: 28 / 08
Categoría: Fútbol

A todos los trabajadores y trabajadoras de Alcoa, que luchan por nuestro futuro.

Estoy sentado, mirando a la ría tranquilamente y leyendo el periódico como de costumbre. Tengo dos dagas clavadas en los pies, el dolor es insufrible. En una hora vuelvo a entrar a trabajar. Eso quiere decir que ya llevo una hora de descanso. Esas dos horas son mi día. Lo que pasa entre una nube de ruido y prisas. Leo una entrevista a Xavi en El País con calma, supongo que con la misma calma con la que el propio Xavi la responde. Siempre me he preguntado por el abismo emocional que existe entre el entrevistado y el lector de una entrevista. Una distancia que, por abismal, puede dar pie al malentendido o a la incomprensión. Hay algo que me llama la atención cuando lo leo. Xavi dice: “el fútbol es además de los únicos deportes –y trabajos– donde se insulta al trabajador, ya sea a los futbolistas o al entrenador. Yo creo que tendríamos que parar esto ya. Es inadmisible”. Soy incapaz de articular una reacción por el cansancio. Días después Josep Pedrerol me daría el pie: “¿Tú sabes lo que tiene que aguantar un camarero?”. Habíamos vuelto al punto de partida. Al eterno debate. Ese debate del que siempre huyo.

Los futbolistas son trabajadores, sí, trabajadores asalariados con unos salarios desorbitados. Pero trabajadores al fin y al cabo. Son también referentes en los que la sociedad se mira. Modelos y, curiosamente, solo modelos de consumo. Curiosamente porque los futbolistas han sido también referentes en la lucha por sus derechos laborales y, en ocasiones, se han posicionado también a tu lado, al lado de la camarera y del limpiador, del albañil y del enfermera. Han sabido utilizar su fuerza. Y sí, a los camareros nos insultan tanto o más que a los futbolistas. Pero el por qué de eso casi lo dejamos para otro día.

Es 11 de Abril de 1982 y el Deportivo viaja a Burgos para medirse al equipo local en El Plantío. Sin embargo, en aquella alineación formada por Docobo, Chechu, Suso, Paco, Carlos, Portela, Alegre, Ramiro, Eduardo, Alberto y Roberto hay algo curioso. Ningún jugador milita en las filas del primer equipo. Son todos del Fabril. Ángel Docobo, que estuvo aquel día bajo los palos, debuta entonces con el Dépor. Es un debut fruto de las circunstancias, pues el Deportivo viaja a Burgos con los jugadores del filial porque la jornada está encuadrada en una huelga de futbolistas profesionales. “Supongo que como yo habrá otros muchos, que debutaron en sus equipos a raíz de aquella jornada. Viajamos a Burgos porque el equipo nos lo ordenó, con el fin de que no se suspendiese el partido. Yo creo que en el Burgos pasaría algo parecido”, me cuenta el ribadense al otro lado del teléfono. “Yo sé que hubo dos huelgas, muy seguidas, y que en la segunda yo me negué a jugar, supongo que tendría más conciencia que en la primera. Yo por aquel entonces ya compaginaba el Fabril con el primer equipo, sé que fuimos a una reunión y cuando informamos de que no jugaríamos el presidente nos expulsó de la sala, nos echó por no jugar”.

La primera de las huelgas, la del 82, se convocaba simplemente para cobrar las deudas con los futbolistas, pero la segunda tenía un marcado carácter laboral y sindical. Se trataba de la negociación de un convenio colectivo que profesionalizase el fútbol en España y, además, incluyese la posibilidad de que los jugadores interviniesen en los convenios con las televisiones para hacer valer sus derechos de imagen. “Cuando yo empecé a jugar como profesional a penas había derechos laborales, no teníamos Seguridad Social, yo jugaba con un seguro privado”, dice Docobo. En el 84 casi todos los equipos de 1º y 2º trataron de boicotear la jornada saliendo al campo con jugadores de categorías inferiores o incluso con hinchas. Docobo secundaría finalmente aquella huelga del 84 y el Deportivo repetiría la misma jugada, alineando a Joaquín, Chechu, Enri, Juanito, Suso, Ramón, Fisquelas, Pozas, Andrés, Castreje y Pupi en Riazor contra el Tenerife con un once compuesto solo por jugadores del Fabril.

Aquella huelga tiene un reflejo directo en otra más reciente, la del fútbol femenino. Una huelga con mismas reivindicaciones, la profesionalización del sector y un convenio colectivo digo, pero con un componente feminista en busca de la igualdad. Si los hombres tienen condiciones dignas de trabajo en el fútbol ¿por qué las mujeres no?, era la lógica pregunta. Ainhoa Tirapu explicaba en su día a la prensa la situación de precariedad en la que vivían las futbolistas: “Somos futbolistas el cien por cien de nuestro día, pero aceptamos rebajar al 75 por ciento el reconocimiento de la jornada, pero también lo rechazaron. Muchas de mis compañeras han jugado toda la vida y no han cotizado casi nada a la Seguridad Social, por lo que no tienen derecho a cobrar el paro y les perjudica también en la jubilación. Esto no es solo por el dinero, es más allá”. En aquella huelga, además del interés material se jugaba, como en todas, un componente a priori menos tangible, la dignidad. “No pedimos cosas exageradas, pedimos mínimos como trabajadoras” explicaba también por aquel entonces Mariasun Quiñones.

Hasta el 88 todas las huelgas referentes al fútbol en España tenían que ver con reivindicaciones sectoriales, propias de los futbolistas. En 1988 eso cambia. Con un país sumido en una crisis institucional, con unos índices de paro juvenil altísimos y con un PSOE al que las siglas S y O se le habían traspapelado, los sindicatos convocan una huelga general que será histórica por su seguimiento y por ser la primera convocada conjuntamente por las dos centrales sindicales mayoritarias. Por primera vez la televisión cortó su emisión, bajo amenazas de despido a los técnicos. Los futbolistas entonces se unieron bajo un pretexto muy sencillo: «Soy consciente de que una de las cosas que nos unen al mundo laboral es que somos trabajadores por cuenta ajena”, decía Movilla, el entonces presidente de la AFE. Los futbolistas se unen contra el Plan de empleo juvenil con el que el gobierno pretendía dar contratos basura a gran parte de la juventud. Lo hacen por solidaridad pero también por algo que afecta directamente al sentido social del fútbol.

Aunque los dueños del deporte sean magnates y multimillonarios, el público, las gradas, los hinchas son de clases populares, son la clase trabajadora y los parados que el gobierno pretendía vender como mano de obra barata. El comité de huelga estaría formado por Michel, Butragueño, Carrasco, Biurrun, Ablanedo, Clemente, Preciados, López Alfaro y Arjol. Aquella huelga logró mejoras para los desempleados, para los empleados públicos y para los jubilados. Hubo otras huelgas generales, ninguna como aquella, con un 95% de seguimiento de la población activa. Nicolás Redondo, líder de la UGT y que pagó personalmente muy cara aquella convocatoria de huelga, confesaría años después arrepentirse de no haber convocado más y haber pactado con un gobierno que, bajo la máscara de la modernización, nos convertía en un país más desestructurado y con menos derechos. Eso acabaría también transformando un fútbol que, si ya por aquel entonces era el pasatiempo de los castizos millonarios de pelotazo urbanístico, al menos tenía la necesidad de contentar los aficionados. Todo se acaba echando de menos, sino que pregunten en Valencia, donde la hija del dueño del club, el empresario chino Peter Lim, declaraba hace unas semanas: “El Valencia es nuestro y podemos hacer lo que queramos”.

A veces tengo la tentación de olvidarme de lo que soy. Es mejor vivir tranquilo, pienso. Además, la gente que me rodea, ella, no se merecen mis líos ni mis historias. Mi tendencia a meterme en problemas. No se merecen tener que rescatarme siempre, no se merecen tener que cargar con mi cabezonería o mis lágrimas. Pero no soy capaz. Hace no mucho, tras un año y medio trabajando sin cotizar cambié de trabajo con la esperanza de que las cosas cambiasen. Nada más lejos de la realidad, no sólo seguiría sin estar dado de alta, sino que encima se negarían a pagarme. Sentí rabia. Impotencia. Sentí que me habían robado mi tiempo. El tiempo para estar con ella.

Cuando escuché la voz del chico del sindicato al otro lado del teléfono decirme que no me preocupara, que no se saldrían con la suya otra vez, me eché a llorar. No por el dinero, por el tiempo. Porque sentí que alguien ahí fuera podía defenderme, que no estaba solo. Por eso no debo caer en la tentación de acomodarme. No por mí, sino por todos aquellos a los que les están haciendo lo mismo y ni siquiera pueden permitirse un abogado o no saben a quién acudir. Porque a ellos también les están robando, más que su dinero, su tiempo y su dignidad. Nos miramos en los futbolistas, y yo el primero, como referentes de consumo, y no es algo criticable, es normal. Pero también hay mucho más que eso, también han sabido luchar juntos cuando fue preciso. Llegará el momento en que debamos volver a la huelga y acudiremos con miedo y valentía, sabiendo que dejamos a gente preocupada a nuestro alrededor. Pero lo hacemos por ellos. Por quien está a nuestro lado y no se merece ni nuestra miseria ni la suya. Lo haremos como podamos, con errores, seguramente, pero sabiendo que el mayor error sería renunciar al futuro, ya no nuestro, sino de los nuestros, de nuestra clase. “I, I will be king, and you, you will be queen, though nothing will drive them away, we can beat them, just for one day, we can be heroes, just for one day”, cantaba Bowie.