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La decadencia del Depor, de Gascoigne y de mi vida con Covid

Publicado: 02 / 03
Categoría: Fútbol

La decadencia del Depor, de Gascoigne y de mi vida con Covid

Publicado: 02 / 03
Categoría: Fútbol

Hace tiempo que mis audios de Whatsapp han sido dotados con el cuestionable poder de haberse convertido en podcasts. Esos audios, después de que una vorágine de medidas anti-Covid se haya llevado por delante mi trabajo y las relaciones sociales fuera de mi casa, son el único contacto que mantengo con gente más allá de la ventana que a veces me quedo mirando durante horas. En uno de ellos le dije a mi amigo Parga: “nunca he visto ‘Los Lunes al Sol’, pero así es como me imagino que viven los protagonistas de la película”. Y es que me he dado cuenta de que, a medida que la extensión de los audios aumenta, también lo hace la crispación que se contiene en ellos.

No vivo mal, sinceramente. Cocino, limpio (con las desastrosas consecuencias que eso tiene para el hogar) y cuido cuanto puedo de ella. Me he dado cuenta de que cuidar es, quizá, el mayor catalizador de frustración que tengo ahora mismo en mi vida, aunque haya alcanzado una relación con mi gato más propia de un matrimonio de Noche de Fiesta que de otra cosa, por eso he pasado de llamarle Liam a Avelino y he empezado a autodenominarme ante él como Pepa. Quizá pensaba que escribiría más, que vería más fútbol, que escucharía algo que no fuese Black Pumas, que me cambiaría de chándal alguna vez, que leería o que haría deporte, pero tampoco puedo decir que viva de forma tan precaria, al menos de momento.

Lo que me hace pensar que estoy viviendo ‘Los Lunes al Sol’ es que, en mi imaginario, la película representa el desapego de la clase trabajadora ante un mundo que ha decidido prescindir de sus servicios por los de otros más baratos, más jóvenes, más “aptos”. Es la sensación de que el sistema no te permite crecer, pero sí hacerte viejo y, por lo tanto, consciente. Leí también estos días un tuit (no recuerdo de quién, lo siento) que decía: «El peor momento de la historia del Dépor en la peor crisis de nuestra generación, no sé como no estamos todos haciendo cola en el psiquiatra». Lo primero de lo que uno toma conciencia en este lunes eterno es de su equipo de fútbol, que pasa a ocupar un rol totalmente diferente al de cuando trabajaba.

La sobreinformación que ha rodeado al Deportivo en estos últimos días, con una directiva puesta a dedo por Abanca, con La Voz de Galicia manejando los hilos del club por detrás y con toda una serie de cuestiones muy sucias y muy engorrosas que me voy a reservar para mis audios, ha convertido mi evasión en mi tortura. Uno no debe ser nunca tan consciente de cómo funciona realmente el mundo del fútbol ni de lo lejos que puede estar este de sus intereses, de lo contrario se apoderaría de él la apatía y la paranoia. He tenido demasiado tiempo para pensar en cómo las élites locales han secuestrado mi club y lo van a despojar de casi toda su identidad. Creedme, uno no duerme igual de bien por las noches. Debe ser eso lo que se siente al pagar una hipoteca, viviendo bajo un techo que aparenta ser tuyo, pero que en realidad es del banco.

Lo que peor llevo de todo esto es la sensación de que, incluso la gente que me quiere me aborrece profundamente, de que están cansados de mí. Hay veces que me ahorro argumentaciones, me ahorro verdades y me ahorro decir cosas incómodas porque desde mi posición se ven demasiado claras y sé que todos, para vivir, necesitamos tragar con muchas incoherencias. Yo sé que no me lo van a decir, pero también sé que a veces piensan que no quieren estar todo el día escuchando lo podrido que están el fútbol o la sociedad, que a veces, para soportar el peso de estar vivos, es necesario ignorar muchas cosas. 

En los fotogramas que he visto de Bardem en la película, me imagino que sentirá la misma velocidad que yo siento a veces en la yema de los dedos. La velocidad de un mundo que se escapa. Veo en la televisión horas y horas de análisis tácticos y pienso en Helenio Herrera preguntándose el por qué de esa absurda pretensión de sistematizar el fútbol, escucho la música que está saliendo y no puedo evitar refugiarme en un Maine Road lleno mientras suena Live Forever.

No entiendo Twitch y los vídeos de los futbolistas en TikTok me dan vergüenza ajena, prefería lo de “3 puntos y seguimos” en Instagram. El caso es que ya no entiendo lo que sucede a mi alrededor y lo que entiendo, que es que vivo en un país dónde se encarcela a un rapero por hacer canciones el mismo día que un YouTuber habla sin sonrojarse en pleno Prime Time de evadir impuestos mientras el público le aplaude, me duele profundamente. Me duele de una forma casi física.

En el libro ‘Fútbol y Mente’, Paloma Ramón y Ángel Martínez hablan de la utilidad del fútbol para explicar la psicología y de la necesidad de los tratamientos psicológicos en el fútbol. En el primer capítulo tratan las adicciones y lo hacen de una forma verdaderamente acertada, desde la perspectiva de que la adicción a una substancia empieza por la adicción a una determinada emoción o el intento de evitarla. Exponen casos como el de Ronaldinho o Maradona, personas que no pudieron evitar perseguir las emociones que provocaba la fiesta y todo lo que la rodea y hablan de un caso que siempre me tocó profundamente, que es el de Paul Gascoigne. ‘Gazza’, como lo apodaron, tuvo una infancia muy complicada y convivió siempre con el dolor. Por eso Gascoigne no perseguía una emoción, sino que su impulso vital, su fuerza, era tratar de evitarla, tratar de evitar el dolor.

Muchas de las reacciones que tuvo y que, por desgracia, acabaron lapidando su carrera como futbolista, tenían esa marca, esa forma de actuar de quién lo hace como reacción a un mundo que siente que lo ataca de una u otra forma, incluso de revelación ante la autoridad como cuando en un partido de la Liga escocesa al árbitro Dougie Smith se le cayeron las tarjetas al suelo y Gascoigne se las recogió para, antes de devolvérselas, mostrarle al propio árbitro una tarjeta amarilla. A este no le sentó demasiado bien y lo amonestó. ‘Gazza’ acabó arruinando su vida sumido en una espiral de adicciones y problemas psiquiátricos que, como dicen Paloma y Ángel en el libro, se pudieron haber evitado con una adecuada intervención psicológica, o al menos con una adecuada lectura de la obra de Epicuro. 

El mundo va demasiado rápido. Hace unos días otro streamer, ElXokas, era entrevistado por David Broncano en La Resistencia. Juntos reparaban en que, en tres generaciones, sus abuelos habían pasado de vivir de la agricultura minifundista y de subsistencia en una aldea de Lugo a que su nieto se gane la vida con directos en Twitch jugando a videojuegos. Parece lógico que, ante un mundo tan cambiante, a algunos el neumático del corazón se nos desgaste antes que a otros y parece imprescindible pensar que la sanidad pública debería dar una verdadera cobertura a las necesidades psicológicas de una sociedad tan desestructurada.

Cuando os preguntéis por qué hay que pagar impuestos en vuestro país, pensad que, aunque algunos simulen vivir en un sábado constante, otros se están quemando la piel con el sol de un lunes del que no consiguen salir.