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Lo de ponerse unas botas de fútbol para ir a tomar un café tiene algo de acto poético. También de locura. Como ponerse un gorro de piscina para ir a por el pan, o salir con espinilleras por si acaso la vida te entra fuerte por la izquierda.

Pero en eso consiste hoy la moda: en desafiar el contexto. En disfrazarse de otra cosa. En parecer que vienes de un sitio donde no has estado. Y este verano, por absurdo que parezca, venimos todos del campo. Del de césped artificial. Del barro en las medias. Del olor a Reflex. Sí, #BootsOnlySummer.

Una tendencia que suena a chiste, pero que se ha colado en el vestuario de la cultura pop como ese lateral derecho que nadie ficha pero siempre acaba jugando. Ya lo dijo McLuhan sin quererlo: la suela es el mensaje.

El estilo como provocación

La primera vez que vi a alguien bajarse del metro con tacos puestos pensé que se había perdido una convocatoria. Luego me di cuenta de que no: iba perfectamente conjuntado. Llevaba gafas estilo tour de Francia, pantalón técnico, camiseta oversize y unas Predator tan impolutas que daban ganas de decir “¿juegas de mediapunta o solo posas como tal?”.

Esto no va de fútbol. Va de estilo. De incomodidad bien gestionada. Porque, ¿qué hay más contemporáneo que llevar un calzado imposible, incapaz de pisar suelo firme, solo para hacer una foto? Ni los zuecos Balenciaga se atreven a tanto.

El fútbol como nuevo lenguaje

La moda lleva años flirteando con el fútbol, pero nunca había sido tan literal. Antes se quedaba en la camiseta del Milan del ‘96, o en los pantalones de chándal que parecía que ibas al banquillo. Ahora
vamos directamente con el uniforme completo. Es como si se hubiera roto la cuarta pared estética.

Y tiene sentido. El fútbol es uno de los pocos relatos que nos quedan. Tiene historia, épica, archivo. Tiene una comunidad dispuesta a pelear en Reddit por si las Nike Total90 son mejores que las F50. ¿Qué diseñador no quiere meterse ahí? No es nostalgia, es estrategia.

Se dice mucho que todo esto es una cuestión de nostalgia, pero no nos engañemos: es marketing puro. Las botas no se están llevando porque recordamos con cariño nuestras pachangas de jueves por la tarde. Se están llevando porque, en un momento donde todo está diseñado para gustar, llevar algo feo, funcional, incómodo, es un gesto de poder.

Es la estética del no-cuidado absoluto. Como ir despeinado, pero con horquillas de Gucci. Como decir que no te importa, pero llevar el look planchado. Es el nuevo lujo: hacer ver que te da igual mientras has tardado 40 minutos en que parezca que no te has arreglado.

Rosalía como síntoma (no como causa)

Rosalía lo ha vuelto a hacer, sí. Pero no es la culpable de esto, es el espejo donde todos se miran. Es una artista que lleva años coqueteando con esa estética entre polígonera y conceptual, y que entiende mejor que nadie que hoy no basta con ir vestida: hay que ir narrada.

Porque de eso va la moda hoy: de contar algo. Y si ese algo es “vengo de marcar un hat-trick en la final de la Champions”, pues mejor. ¿Y si todo esto fuese un acto de resistencia? Pensadlo bien: ¿no hay algo profundamente antisistema en ir por la calle con tacos de aluminio? En llevar botas pensadas para terrenos impracticables por zonas peatonales llenas de turistas. En combinar lo más técnico del deporte con lo más performativo de la moda. Quizá no sea solo una tendencia. Quizá sea una forma de decir que no queremos pisar firme. Que preferimos resbalar un poco. Que caminar cómodo ya no tiene gracia.

Y así, entre memes, desfiles y fits imposibles, las botas de fútbol han pasado de ser calzado a ser símbolo. Como los vaqueros rotos en los 90, o las Jordan en los 2000. Solo que ahora, si llevas unas, te
arriesgas a dejar marca en el suelo. Literalmente. Entonces, ¿cómo sobrevivir a un verano con tacos? Consejo rápido: si te vas a sumar al #BootsOnlySummer, elige bien el terreno. Evita suelos de mármol, discotecas con escaleras o terrazas con sillas metálicas. Ensaya tu forma de andar. Aprende a parar con elegancia en seco. Y, sobre todo: que no se note que te duelen los pies.

Porque el fútbol es así. Y la moda, más todavía.