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El fútbol, ser un hombre y gestionar la envidia y el fracaso

Publicado: 02 / 02
Categoría: Fútbol

El fútbol, ser un hombre y gestionar la envidia y el fracaso

Publicado: 02 / 02
Categoría: Fútbol

En mi clase venía un chico que jugaba en el filial del Celta. Era buenísimo, imposible de defender, daba igual en qué posición jugase. Tenía la fuerza, la inteligencia y la técnica necesarias. Un día, haciendo valer aquella regla clásica del fútbol base que reza “o la pelota o el jugador, pero los dos no pueden pasar” en un partido en el recreo, harto de que se fuese de todo el equipo y viéndome yo como último obstáculo (decir jugador en mi caso quizá sea exagerar, era más bien como un cono robótico con capacidad de articular movimientos) le hice una entrada tan fuerte que me dejé por el camino un trozo de paleta. Y fue, además, lo único que logré dejar en el camino porque tanto él como la pelota llegaron a la portería para disparar a placer.

Afortunadamente mis compañeros de clase tuvieron el detalle de no pisar mi cacho de diente y una profesora la consideración de metérmelo en un vaso de leche. Quizá mi entrada, como acción defensiva, no había tenido mucho éxito, pero como jugada me había salido redonda, porque me libré de un examen de Conocimiento del Medio y me pasé el resto de la mañana en el dentista. Se podría decir que de aquello salí ganando.

Le perdí la pista a aquel chico durante bastantes años. Lo encontré un día en una crónica de un Celta-Dépor de juveniles en La Voz de Galicia y de él se decía que era uno de los centrales más prometedores de aquel equipo. Estuve otros tantos años sin saber mucho de él hasta que un día me lo encontré en el ascensor de la biblioteca de mi barrio. Me dijo que había tenido una lesión muy grave y que no había podido recuperarse, que ahora estudiaba en la universidad y que jugaba en un equipo de tercera porque, aunque le doliese la pierna, era incapaz de dejar el fútbol.

Hace no mucho vi una foto suya en Instagram con Denis Suárez, en la que ambos se dedicaban unas palabras bonitas. Pensé en aquellos dos amigos y en lo que la vida puede cambiar para ambos. Celebré para mí, uno tiene estas celebraciones íntimas así algo tontas en plan gala de año nuevo de La 1, que siguiesen siendo amigos, a pesar de todo lo diferentes que serían sus vidas ahora mismo y también pensé en las envidias que tendrían el uno del otro. En que quizá uno tuviese la espina clavada de no haber llegado a algo más en el fútbol y el otro, a veces, sueñe con tener un trabajo normal en un centro comercial, sin tantas personas observándolo y un mundo de máscaras a su alrededor.

Pienso mucho en todos esos casos de jugadores que casi llegaron a la élite y que, por lo que fuese, nunca pudieron hacerlo. Sobre todo, en los que estuvieron a punto, en los que lo rozaron. Pienso en lo que sienten por dentro, en esa parte del ser humano que nos cuesta tanto asumir, pero que está ahí, los celos, los rencores, las envidias y todo eso.

Hace unos días, uno de mis mejores amigos fichó por Ernie Records, el sello que lleva a Niños Mutantes, Novedades Carminha y Ortiga, entre otros, y me alegré mucho, muchísimo, por él, pero no os lo voy a negar, también sentí envidia, una envidia sin adjetivos, ni sana ni mala, simplemente envidia. No la sentí por lo que significa el momento de fichar por un sello en el que están algunos de los grupos que admirabas cuando eras adolescente y a los que imitabas de forma inconsciente o por todas las puertas que eso te abre. Sentí envidia porque entendí que muchos momentos de los que habíamos vivido juntos ya no se repetirían. Ya no seríamos nunca tan jóvenes e ingenuos como aquella noche que pasamos buscando loops en el peor Airbnb de Braga o como cuando empezó a venir gente al bar en el que pinchábamos juntos. Ahora él tendrá otras primeras veces, otras muchas noches que comparará con Knebworth, pero será con otros y en otra parte, será lejos en muchos sentidos.

El ser humano tiene lo que yo llamo una hipermetropía emocional congénita. Esta consiste en la extraña habilidad de torturarse por todas las posibles cosas que le han podido pasar en vez disfrutar de lo que le ha pasado. Tenemos la costumbre de caminar por las ramas y caer al vacío en vez de anidar en el tronco. A menudo vemos la vida como una sala de trofeos.

Tampoco nosotros escapamos de una lógica del beneficio que se nos ha inoculado desde pequeños por todas partes y en la que, especialmente a los hombres, se nos obliga a construir una narrativa de triunfador, de hombre hecho a sí mismo que hace alarde de sus logros, más aún en el ámbito profesional.

Estos días leía una de las pocas entrevistas largas que Arsenio Iglesias concedió en su vida. En el libro ‘El factor humano’, Arsenio habla con el periodista Bieito Rubido con su tono habitual de zorro viejo que siempre va un paso más allá que el resto. El libro fue editado en el año 1994, en plena emergencia del Super Dépor y llama la atención como un Arsenio en plena cresta de la ola tiene una actitud descreída ante el éxito y reniega mucho de un mundo del fútbol que empezaba a ser más mediático que deportivo.

Habla, por ejemplo, de la fugacidad del triunfo y de la responsabilidad ante el fracaso y habla mucho de las cosas a las que le da valor en la vida. “La familia, los amigos, la amistad. A cosas importantísimas, pero sencillas. (…) Creo que hay que darle valor a determinadas cosas que no tienen precio. A mí me gusta mucho reírme con mis amigos. Lo hago también con mis hijos. ¿No tiene todo eso mucho más valor que estar todo el día apareciendo en los medios de comunicación diciendo lo que uno no quiere decir?”.

Aunque después tendría una cortísima etapa en el banquillo del Real Madrid (explicar esa decisión creo que daría para otro artículo), por aquel entonces al Zorro Plateado no se le pasaba por la cabeza entrenar a otro equipo que no fuse el Dépor ni abandonar la ciudad y su familia. Cuenta, por ejemplo, que si el equipo jugaba el sábado por la tarde, por la mañana él y su mujer acudían a misa, él rezaba un poco en voz baja por un buen resultado, pero sobre todo, prestaba muchísima atención a las homilías, “a mí me gustan las buenas homilías, pero no siempre se escuchan”, confesaba.

En un momento dado, Bieito le pregunta exactamente si al vivir este momento de reconocimiento público, no se ha planteado qué hubiese sido de su carrera si le hubiesen dado otro tipo de oportunidades, a lo que Arsenio contesta “creo que lo que a mí lo que me faltó no fueron buenos resultados, sino una actitud ante la vida, que nunca tuve, un saberse vender, alternar, hacer declaraciones grandilocuentes. Por el contrario, tú sabes que soy un poco agrio y que no soy fácil a la hora de que se me entreviste. Ahora bien, es una inutilidad ponerse a pensar en esas cosas cuando uno tiene 63 años.

Una de las cosas más importantes que me ha pasado últimamente es que he dejado de sentir lástima por mí mismo y he empezado a sentirme afortunado. Hace unos días, comiendo la mejor lasaña de Europa Occidental en el piso nuevo al que nos hemos mudado, miré por la ventana y vi todos los tejados, las casas, las laderas del monte y, al fondo, la ría. La miré a ella y Liam reclamó mi atención, lamiendo la fuente de la lasaña como si fuese Garfield.

Lo miré todo y lo pude ver, porque la hipermetropía muchas veces me ha impedido ver la suerte que tengo. Eso no quita que todos podamos a veces sentir envidia, una envidia tan legítima que nos hace encontrarnos con lo que somos, humanos. Porque el rencor, las envidias y los días grises son una parte de nosotros que debemos asumir como propia, de lo contrario lo que sucederá a estas será la culpa. Y la culpa, amigos míos, si que no se la saca uno fácil de dentro. La culpa es el Loctite de los sentimientos.

Por cierto, mi amigo se llama Grande Amore y acaba de sacar un disco con Ortiga, corred a escucharlo, es el Genaro Gattuso de Burela.