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Cuando los patrocinadores eran tan míticos como los equipos

Publicado: 05 / 08
Categoría: Equipajes

Cuando los patrocinadores eran tan míticos como los equipos

Publicado: 05 / 08
Categoría: Equipajes

Había muchas cosas que me desconcertaban de pequeño. La que más, sin duda, por qué Santiago de Compostela necesitaba una estación espacial. Desde mi ventana se veían las obras de la Ciudad de la Cultura, cuya caseta de obra tiene un aspecto similar al de una rampa de despegue para cohetes. Ni siquiera lo pregunté en el colegio ni en mi casa. Lo di por asumido. Aquello era una estación espacial en el Monte Gaiás. Me indignaba, pero no me sorprendía porque mi padre me había advertido de que Europa le había dado dinero a España y en Galicia lo habíamos invertido en hacer rotondas, aceras y piscinas municipales. Sinceramente, lo de la estación espacial no era tan descabellado, incluso parecía una buena inversión comparándola con el resto. De hecho, cuando supe lo que era aquello realmente lo tuve claro. Lo de la estación espacial hubiese sido una idea mucho mejor.

Otra cosa que tampoco entendía pero que me quitaba el sueño era lo del Carlsberg, como llamaba yo al Liverpool cuando era pequeño. Lo último que se me había ocurrido era que aquello era una marca de cervezas. El Carlsberg era un equipo, lo ponía claramente en su camiseta. Lo que a mí me quitaba el sueño era por qué un equipo de fútbol se anunciaba en la televisión y, lo más desconcertante, ¿Por qué se anunciaba a un equipo en verde cuando vestía de rojo? Lo que daría ahora mismo por volver a hacerme preguntas así de buenas.

No tardé mucho en descubrir intuitivamente que lo de Carlsberg no era más que el nombre del patrocinador, porque sino el Deportivo tendría que haberse llamado Fadesa, pero lo cierto es que me resulta imposible ver el logo de la marca de cervezas y no pensar en el equipo de fútbol y al revés. No somos conscientes del poder que tiene sobre nosotros esa imagen, pero la tiene. Asociamos, o al menos yo lo hacía, intuitivamente a los equipos con sus patrocinadores. Así, el Atlético de Madrid siempre fue el equipo de una colonia de marbellíes que se habían marchado a la capital, reconvertidos en unos cinéfilos empedernidos en la primera etapa de Cerezo como presidente, el Arsenal una entidad tan loable que cedía su camiseta al mismísimo oxígeno para recordarnos lo importante que es respirar (el patrocinador en los 2000 era la empresa de telecomunicaciones O2), aunque antes había sido el equipo de los instaladores de reproductores de VHS de la marca JVC y siempre supuse que algo hermanados con los del United estarían, porque sin las televisiones SHARP no habría donde reproducir los vídeos.

El Barcelona era una ONG, cuestión que reafirmaba su juego de toque, más solidario y ético. En A Coruña no podías comprarte un Citroen porque era un coche de celtarras, los del Zaragoza dormían genial gracias a Pikolin, pensé que no podías ser seguidor del West Ham sin ser un skinhead que no se quita las Doc Martens ni el 15 de Agosto y ya el colmo era pensar que en mi familia eran del Real Madrid porque hasta la cocina era del equipo, es decir, de Teka. Marcas y clubes tienen el poder de generar identidades compartidas que no se entenderían igual si no hubiesen establecido relaciones de patrocinio.

Lo bonito de aquello era que esos patrocinadores eran más o menos locales, tenían una relación de proximidad con el club más parecida a cuando montas un equipo de fútbol sala en tu barrio y vas al bar de abajo a ver si hay suerte y os paga las camisetas a cambio de hacer las cenas del equipo allí. De hecho, el primer patrocinador de la historia del futbol fue Jägermeister, que estampó su icónico reno en la camiseta del Braunschweig, equipo que jugaba a 13 kilómetros de la propia fábrica de bebidas.

Hoy en día, las camisetas están copadas de compañías de vuelo con sede en paraísos fiscales en los que abunda el petróleo que compra clubes en la otra punta del mundo o de casas de apuestas que ponen en riesgo las vidas de sus propios aficionados. El West Ham, patrocinado por una casa de apuestas, ya permite comprar su camiseta sin el logo del patrocinador ante el malestar de sus aficionados y, recientemente, los aficionados del Rayo han protestado porque no creen que sea necesario teñir de azul su escudo, que tiene ya unos colores, para contentar a su patrocinador. Algo así como que el Liverpool hubiese empezado a vestir de verde en los 90.

No es una cuestión caprichosa la del patrocinador, sino un síntoma de que la globalización ha arrasado con las identidades y ha multiplicado el daño al planeta como consecuencia de su expansión comercial. En un momento como el que vivimos, en el que la Tierra nos advierte a través de pandemias y catástrofes naturales de que se le acaba la paciencia, es necesario dar un paso atrás y volver a lo local, a lo cercano. También, cómo no, en el fútbol, una de las industrias más contaminantes del planeta. De lo contrario puede que acaben construyendo una estación espacial en Santiago y tendré que volver a hacerme preguntas absurdas.